Tu Orgullo Nos Inspira: Más allá de la metáfora (1er lugar, ensayo)

Más allá de la metáfora, escrito por Daniel Juliette

Tu Orgullo Nos Inspira: Más allá de la metáfora (1er lugar, ensayo)

Cada año, durante el Mes del Orgullo LGBT+, lanzamos nuestra campaña #TuOrgulloNosInspira con actividades de incidencia política y cultural para reconocer, visibilizar y honrar las luchas y activismos LGBT+. En esta edición queremos compartir con todxs los textos ganadores del concurso de escritura creativa «Nadie hablará del sida cuando estemos muertxs», el cual convocamos como parte del #InspiraFest en el marco del 1 de diciembre, Día mundial de lucha contra el sida. Hoy, en nuestro blog, les traemos el texto de Daniel Juliette, quien ganó el 1er lugar en la categoría Ensayo. ¡Disfrútenlo!

Más allá de la metáfora

Autorx: Daniel Juliette

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba.
El tema de la autocompasión.
-Joan Didion

No es posible pensar sin metáforas, éstas son la materia prima del entendimiento en casi todas sus facetas. Pensar con metáforas, como ya había apuntado Aristóteles, es percibir semejanzas, por lo tanto, hablar de bacterias, virus, enfermedades, síndromes y padecimientos es tratar con metáforas. Schopenhauer afirmaba que el ser humano es un animal metafísico, podemos extender la afirmación y decir que, el ser humano es un animal metafórico. El sida, como síndrome autoinmune, no escapa del lenguaje metafórico, al ser causado por un virus –VIH-, se identifica como un intruso, un extranjero indeseable, que inicia una guerra, provocando que las defensas del cuerpo se liquiden a sí mismas. Un síndrome, una enfermedad, un virus, nunca son vistos como tal.


Las metáforas más difundidas dentro de la cultura occidental para caracterizar una enfermedad provienen sobre todo de dos campos: la religión y la política. En la Ilíada, las enfermedades siempre aparecen como castigo de las divinidades, regularmente por la cólera de algún dios olímpico, piénsese en Apolo mandando una peste al campamento aqueo en el canto I; con la llegada del judaísmo, las enfermedades se atribuyeron a castigos merecidos y justos, por ejemplo, la sexta plaga mandada por Dios a los egipcios; las sanciones siempre van de acuerdo al pecador y su falta. En el siglo XX, y sobre todo con el psicoanálisis como terapia, el estado anímico, las pulsiones y por lo tanto, los padecimientos patológicos, dependían del carácter del paciente, Kafka creía que su tuberculosis se debía a que su estado mental se transportaba a sus pulmones.


Estas tres maneras de explicar el malestar del cuerpo, se determinan por hablar siempre de voluntades enfermas, y esto es peor al tratarse de padecimientos por transmisión sexual, pues el sexo, desde el cristianismo bizantino, se ha identificado como un tabú, por lo tanto, representa una imagen negativa. Aquel que contrae alguna enfermedad es el otro que no se sabe controlar, un castigo merecido por no domesticar su animalidad, al ser más frecuente en población LGBT+, el ser portador de VIH es atribuido a una sanción por sus prácticas desviadas, por relacionarse sexo-afectivamente fuera de la norma. El origen de las enfermedades, desde el punto de vista religioso tradicional, siempre es identificado como una penitencia justa, pero el sida, como muchas otras enfermedades, no sólo es imaginado como horrible, sino que es puesto como denigrante y vulgar. Esta manera de abordar una experiencia patológica tan compleja como lo es el sida, ha servido para expresar groseras fantasías sobre la contaminación del alma o la psique, como también, mal transformar sentimientos relativamente complejos como la fuerza y la debilidad. Y aunque la medicina contemporánea poco a poco trata de abandonar la idea de la experiencia de un adentro (alma), que se hace manifiesto en un afuera (cuerpo), muchas personas siguen reafirmando esta absurda dicotomía, haciendo patente la ridícula idea sobre la existencia de una parte interior enferma, lo cual implica, a menudo, un sentimiento de vergüenza, convirtiendo síndromes patológicos en un secreto que se debe callar, no por elección, sino por una culpa impuesta del exterior.


Por otro lado, el lenguaje político, desde tiempos muy antiguos, se ha nutrido de imágenes patológicas para sus discursos, de la misma manera que la medicina ha tomado visiones políticas para tratar de explicar múltiples padecimientos; una simbiosis perversa, comprensible, pero necesariamente criticable. En la teoría clásica, se cree que la polis o el Estado es un organismo vivo perfectamente ordenado, y que el desequilibrio, desorden o caos en una de sus partes es sinónimo de enfermedad, la finalidad de por ejemplo, la justicia -al estilo de Platón-, es
restaurar la armonía del cuerpo, el pronóstico es siempre optimista, todo tiene tratamiento. Las revoluciones modernas propagaron las metáforas patológicas en su acepción negativa, los revolucionarios y reaccionarios, comenzaron a comparar por un lado, los disturbios como medidas necesarias para contrarrestar estados políticos que de continuar existiendo, la vida sería imposible; por otra parte, personajes como Edmund Burke argumentaron que los efectos de la revolución tan sólo eran úlceras abiertas, un estado de parálisis del que sólo se podía librar volviendo al antiguo régimen. En ambos casos, las comparaciones siempre son enfermedades mortales, sinónimo de extinción. Llegado el siglo XIX las metáforas patológicas se vuelven virulentas, demagógicas y extremas.

Imagen con frase destacada de ensayo. Empieza la frase: 

"El cuerpo no es un campo de batalla, 
no se está invadiendo a nadie. 
Una enfermedad debería ser sólo eso, sin embargo siempre hay más”

Fin de la frase. Este fue un fragmento de Más allá de la metáfora, escrito por Daniel Juliette como parte de Tu Orgullo Nos Inspira
Ilustración: Alan Betanzos (Ig: @alanbetanzos)


En el lenguaje político contemporáneo, siempre tan candente, la enfermedad ya no es un castigo, sino señal de mal, que de no prevenirse merece un castigo: el exterminio. Los movimientos totalitarios de izquierda y derecha nacidos en el siglo XX, apreciaron mucho las imágenes patológicas para sus discursos extremistas, el nazismo comparó a los judíos con la sífilis, mientras que kilómetros al norte, el estalinismo afirmó que los disidentes como Trotski, eran el cáncer de la Unión Soviética. Ninguna de estas comparaciones es gratuita, cada metáfora siempre alude algo mortal, ningún régimen utilizaría una imagen patológica si no creyera que la situación política es irremediable o vil. Decir que un fenómeno político es como alguna enfermedad, además de incrementar estigmas con quienes la padecen, es incitar a la violencia, promueve el fanatismo. Nunca es ingenuo el uso de alguna metáfora patológica, pero si se trata de un virus o alguna enfermedad que se considera erróneamente mortal como el sida, la imagen va siempre acompañada de un total genocidio.


La metáfora más preocupante utilizada dentro de la medicina es la metáfora militar. Se escucha hablar una y otra vez de una guerra, el cuerpo, como zona absolutamente pacifica, es invadido por intrusos. La humanidad entera se encuentra siempre amenazada, en mira constante de terroristas invisibles; es menester de la medicina estar coordinando los ataques, es cuestión de médicos y médicas, estar al frente del fuego, y muchas veces las armas no son suficientemente sofisticadas para aniquilar al enemigo, lo único que nos queda son las defensas propias. Las personas están condenadas a perder o ganar la batalla. Este es el lenguaje habitual de la demencia política, con su habitual miedo a las sociedades plurales, es preocupante el uso de alusiones bélicas, pues justifica medidas más duras por parte del Gobierno para hacerse cargo de problemas de salud pública. El normalizar el uso de lenguaje militar para caracterizar múltiples enfermedades resulta en imágenes tendenciosas, buenas para paranoicos, fatalistas, transforma tácticas concretas de gobernabilidad pública en cruzadas demagógicas. El cuerpo no es un campo de batalla, no se está invadiendo a nadie. Una enfermedad debería ser sólo eso, sin embargo siempre hay más.


Se trata de idear metáforas perfectas para tratar de caracterizar el mal absoluto, pero el uso de metáforas patológicas sólo incita a simplificar lo complejo, invita al fanatismo, además, las personas que padecen la enfermedad nada ganan con escuchar constantemente todos los usos metafóricos que se le dan a su padecimiento. Sida es el nombre de un cuadro clínico de todo un espectro de enfermedades, implica la existencia de infecciones y otras malignidades, que sin embargo, se considera como única, pues su principio, a comparación de otros padecimientos, tiene una sola causa: VIH. Y, aunque en la actualidad, clínicamente el vivir con VIH no es mortal, en el imaginario colectivo, el contacto con dicho virus
se considera abominable, sinónimo de muerte. La difusión de información científica actualizada, sumado a la des-metaforización del virus y sus cuadros clínicos, debe resultar en la liberación de estereotipos, pero sobre todo como forma de consuelo.


Sin tanta hipérbole de corte religioso, psicoanalítico, político, y sobre todo, militar, una persona con VIH/sida podría llevar una vida sin culpa ni miedo. Si nos abstenemos de usar metáforas patológicas, si comenzamos a ponerlas en evidencia, las criticamos, desgastamos y castigamos, nadie asumirá que un virus es símbolo de vergüenza. Hasta que eliminemos el artificio, las enfermedades como metáforas seguirán siendo muestra de nuestras negligencias políticas, la falta de profundidad para abordar nuestras angustias sentimentales, el resultado de nuestra
manera tan pobre de encarar la muerte.

Ficha técnica:

Más allá de la metáfora

Autorx: Daniel Juliette

1er lugar en la categoría Ensayo

#TuOrgulloNosInspira

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